Representa a María afligida al pie de la cruz, transida de soledad y amargura tras la expiración de su hijo. Luce esta efigie un excelso rostro de armoniosos y proporcionados rasgos fisonómicos, cadenciosamente elevado hacia el lado diestro en actitud suplicante. La nariz es de buen dibujo y factura, al igual que su boca, ligeramente entreabierta revelando dos líneas de marfileños dientes. Cuatro hileras de lágrimas surcan su rostro. La policromía, muy acertada y artística, de suaves entonaciones nacaradas conjuga los matices pálidos de las mejillas con otros más inflamados en los párpados, con resultados de una gran emoción visual. Las manos abiertas y suavemente flexionadas cierran la composición.

La faz virginal y sublime de María Santísima del Amor y Soledad condensa de modo armonioso mansedumbre, lirismo, ternura así como remansada congoja. Su entrecejo crispado y la ausencia de cualquier nota trivial la anegan en una expresión de hondo desconsuelo, sólo aminorado por su amor. Sus ojos parecen tañer las liras de la eternidad, mientras ofrece resignada su sacrificio maternal ante Dios y los hombres. Etéreo broche de oro del Viernes Santo, donde todos los elementos embellecedores parecen detenerse en una línea de exquisitez y primor, esta Mater dolorosa constituye una lección soberana de dolor elegante y dulcificado para asombro de píos y escépticos.

La imagen, de candelero para vestir y madera polícroma, data de 1973 aunque fue adquirida en 1976 gracias a la inestimable intercesión del Ilustrísimo Sr. Don Manuel Gámez y López, Canónigo de la S.I. Catedral de Málaga  y Don José María Claros y López, a la sazón padrino de la imagen. La magnífica efigie es inspirado crisol del genio del escultor hispalense Don Luís Álvarez y Duarte, quintaesencia de la imaginería neobarroca andaluza.